Gianni Rodari "Cuentos por Teléfono".
William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra marcan este hito en el calendario por coincidir su muerte un 23 de abril de 1616. Dos "dinosaurios" de la literatura internacional dignos de nuestra admiración.
Juan el distraído
- Mamá, voy a dar un paseo.
- Bueno, Juan, pero ve con
cuidado cuando cruces
la calle.
- Está bien, mamá. Adiós
mamá.
- Eres tan distraído...
- Sí, mamá. Adiós, mamá.
Juanito se marcha muy
contento y durante el primer tramo de calle pone mucha atención. De vez en cuando se para y se toca.
- ¿Estoy entero?
Sí - y se ríe solo.
Está tan contento de su propia atención,
que se pone a brincar como un pajarito,
pero luego se queda mirando
encantado los escaparates, los coches y las nubes, y , lógicamente, comienzan los infortunios.
Un señor le regaña
amablemente :
- ¡Pero qué despistado eres!
¿Lo ves? Ya has perdido
una mano.
- ¡ Anda, es cierto! ¡Pero que distraído soy!
Se pone a buscarse
la mano, pero en cambio se encuentra un bote vacío y
piensa : "¿Estará vacío de verdad? Veamos. ¿Y que había
dentro antes de que estuviese vacío? No habrá
estado vacío siempre, desde el primer día..."
Juan se olvida de buscar su
mano y luego se olvida también del bote, porque ha visto un perro cojo, y he aquí al intentar alcanzar
al perro cojo antes de que doble la esquina, va y pierde un brazo
entero. Pero ni siquiera
se da cuenta de ello y
sigue corriendo.
Una buena mujer lo llama: ¡Juan, Juan!, ¡tu brazo! Pero ¡quiá!, ni la oye. ¡Qué le vamos a hacer! - suspira la buena mujer -. Se lo llevaré a su mamá. Y se dirige hacia la casa de la mamá de Juan.
- Señora, aquí le
traigo el brazo
de su hijito.
- ¡Oh, que distraído es! Ya no sé qué hacer ni qué decirle. Ya se sabe, todos los niños son iguales. Al cabo de un rato llega otra buena mujer.
- Señora, me he encontrado un pie. ¿No será
acaso de su hijo Juan?
- Sí, es el suyo,
lo reconozco por el agujero del zapato. ¡Oh que hijo tan distraído
tengo! Ya no sé qué hacer ni qué decirle.
- Ya se sabe, todos los niños son iguales.
Al cabo de otro rato llega una
viejecita, luego el mozo del panadero, luego un tranviario, e incluso una maestra retirada, y todos
traen algún pedacito de Juan: una pierna, una oreja, la nariz.
- ¿Es posible que haya un muchacho más distraído
que el mío?
- Ah, señora, todos los niños son iguales.
Finalmente llega Juan,
brincando sobre una pierna, ya sin orejas ni brazos, pero alegre como siempre, alegre
como un pajarito, y su mamá menea la cabeza, se lo coloca todo en su sitio y le da un beso.
- ¿Me falta algo, mamá? ¿He estado atento, mamá?
La anciana tía Ada
Cuando fue muy viejecita, tía Ada se fue a
vivir al asilo
de ancianos. Compartía una pequeña habitación de tres
camas con otras dos viejecitas tan ancianas como
ella.Tía Ada escogió inmediatamente una butaquita que estaba cerca de la
ventana y desmenuzó una galleta seca sobre el alféizar.
-¡Bravo, así vendrán las hormigas! dijeron irónicamente las
otras dos vejecitas.
Pero en cambio llegó un pajarillo del jardín del asilo, picoteó muy
contento la galleta y se marchó.
-Ya ves lo que has conseguido- murmuraron las viejecitas-. Se lo ha comido y se ha ido.
Igual que
nuestros hijos, que se fueron por el mundo, vete a saber dónde, y ni se
acuerdan
ya de nosotras que los criamos.
Tía Ada no
dijo nada, pero todas las mañanas desmenuzaba una galleta seca sobre el alféizar de la ventana y el pajarito venía
a picotearla, siempre a la misma hora, puntual
como un jubilado, y había que ver lo nervioso que se ponía cuando no la
encontraba preparada.
Después de
algún tiempo, el pajarillo trajo a sus pequeños, porque había hecho un nido y habían nacido cuatro, y éstos también
venían todas las mañanas a picotear golosamente la galleta de tía Ada y
hacían mucho ruido si no
la encontraban.
- Ahí están sus pajaritos -
decían entonces las viejecitas a tía Ada con un poquito de envidia.
Y ella
corría, por así decirlo, con breves pasitos hasta su cómoda y sacaba una
galleta seca de entre el paquete
de café y de caramelos de anís, mientras
decía:
- Calma, calma,
ya voy.
- ¡Ah- murmuraban las otras
viejecitas-, si basta con poner una galleta seca en la ventana para que
regresaran nuestros hijos ! ¿Y los suyos, tía Ada, dónde
están los suyos?
La anciana tía Ada ni siquiera lo sabía : Quizás en Austria, quizás en Australia; pero ella parecía imperturbable, desmenuzaba la galleta para los pajaritos y les decía: Comed, vamos comed, de lo contrario no tendréis fuerza para volar. Y cuando habían terminado de picotear la galleta:
- ¡Vamos, marchaos! ¿A qué esperáis? Las alas están hechas para volar.
Las
viejecitas meneaban la cabeza y pensaban que tía Ada estaba quizá un poco
chiflada, porque además de ser vieja
y pobre, encima hacía regalos y no pretendía siquiera que le diesen
las gracias.
Luego la
anciana tía Ada murió, y sus hijos no se enteraron hasta cierto tiempo después, cuando ya no valía la pena hacer un viaje
para asistir a los funerales . Pero los pajaritos volvieron a la ventana durante todo el invierno, y protestaban
porque la anciana tía Ada no les había preparado la galleta.
EN EL SIGUIENTE ENLACE PODÉIS VER LOS TRABAJOS DE LOS DEMÁS CURSOS DE NUESTRO COLEGIO.
Que chulo🙂🙂
ResponderEliminarSoy Lidia
ResponderEliminarQue chulos
ResponderEliminarHabéis leído todos súper bien👍🏼👍🏼👍🏼. Soy Martina
ResponderEliminarMuy bien lo habéis hecho todos genial👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderEliminarMuy bien 👏👏👏👏👏👏👏👏👏
ResponderEliminarMe gusta el día del libro
ResponderEliminarMuy chulas las fotos
ResponderEliminar